
Sinaloa se vende como la potencia agrícola de México, un territorio donde el agua y la tierra parecían —en algún momento— aliados naturales de la productividad. Se presume cada tanto que aquí se alimenta al país, que las presas y los distritos de riego han sido siempre un símbolo de modernidad hidráulica.
Pero esa narrativa tiene grietas. Grietas profundas.
Porque la mayor ironía de Sinaloa es que lo que tiene de infraestructura, lo pierde en gobernanza, y lo que tiene de capacidad productiva, lo arriesga cada año lanzando una moneda al aire: ¿lloverá lo suficiente? ¿aguantarán las presas? ¿se alinearán los astros del azar con las necesidades de la economía?
No es casual que, en los hechos, la agricultura sinaloense haya convertido la planeación hídrica en algo parecido a una superstición moderna. Un culto al “ojalá”. Un sistema que se mira al espejo y no reconoce que la crisis no proviene del cielo ni de Dios ni de El Niño ni de La Niña: proviene de nosotros mismos.
Este conversatorio ciudadano, aunque no pretendía ser un juicio, acabó siéndolo: un juicio colectivo sobre lo que dejamos de hacer durante décadas… y que hoy nos golpea sin piedad.
La Sala, los Asientos Vacíos y la Incomodidad del Principio
La escena inicial decía más que cualquier discurso: un auditorio amplio, bien iluminado, micrófonos listos, presentaciones preparadas… y una cantidad incómoda de asientos vacíos. Las sillas no estaban mudas; señalaban prioridades, revelaban indiferencia y evidenciaban la brecha entre la gravedad del problema y la disposición colectiva para atenderlo.
Martha Reyes tomó el micrófono y convirtió ese silencio en diagnóstico. Sin rodeos, recordó que el agua dejó de ser un asunto técnico para convertirse en una cuestión de supervivencia, economía, seguridad y dignidad. Lo dijo con la naturalidad de quien sabe que no hay tiempo para suavizar nada. Y en esa afirmación se rompió la burbuja de comodidad del salón.
Porque si en Sinaloa —el granero del país, el lugar donde el agua define el futuro de miles de familias— no se puede llenar un auditorio para discutir su manejo, entonces el problema no es solo hídrico: es cultural, político y emocional. La ausencia de público no fue un detalle logístico, sino un síntoma. Antes de que apareciera la primera cifra, ya flotaba en el aire una verdad incómoda:
Sinaloa enfrenta una crisis de agua… y también una crisis de atención.
Y un problema que no se mira, se agrava. Se desplaza fuera del radar hasta que deja de ser administrable y empieza a imponer sus propias reglas. Ese fue, sin proponérselo, el verdadero arranque del conversatorio: la constatación de que la primera fuga en el sistema no está en los canales ni en las presas, sino en la mirada colectiva.
Solo después de reconocer eso, el resto de la discusión pudo comenzar.
Sinaloa lleva años permitiendo que crezca.

Roberto Bazúa y el Campo Mirándose al Abismo
El presidente de la AARC dejó claro que esto ya no es un debate técnico, sino un parteaguas civilizatorio.
Su diagnóstico fue directo: el agua ya no alcanza si cada quien juega solo. La agricultura sinaloense, tan eficiente para coordinarse por temporadas, mercados o plagas, aún tiene pendiente coordinarse con la misma disciplina alrededor del agua, el recurso que condiciona todo lo demás.
Bazúa planteó tres líneas de acción que, en contextos más avanzados, ya serían políticas de rutina: una responsabilidad compartida donde la eficiencia sea tarea de todos los sectores; una gobernanza vinculante con mesas que realmente tomen decisiones; y una acción inmediata para preservar la infraestructura existente, porque no se puede construir futuro sobre canales deteriorados o presas azolvadas.
Su cierre —“no bajemos la guardia”— no buscó dramatizar, sino afirmar una idea simple: Sinaloa ya tiene claridad sobre lo que debe hacerse. Ahora toca sostener el paso, no retroceder.
Marco Díaz: El Hombre Que Llamó a la Agricultura por Su Nombre
Marco Díaz, con la certeza incómoda del que ya vio el desastre de cerca.
No le tembló la voz al decir que la agricultura sinaloense vive sembrando incertidumbre, una práctica tan normalizada que parece tradición.
“Cada ciclo agrícola es un volado. Y estamos sembrando con los ojos vendados.”
En cualquier otro estado, eso sería metáfora.
En Sinaloa es literal.
Marco desplegó una anatomía de la pérdida:
- De cada 100 litros liberados, 65 se pierden. No es un error: sesenta y cinco. Una fuga estructural que ningún discurso de modernidad puede ocultar.
- Más del 90% del agua disponible se va a la agricultura. Un dato que sirve para culpar al campo… …pero también para reconocer que si el campo no se vuelve eficiente, Sinaloa no tiene futuro hídrico.
- Las ciudades están igual o peor. Organismos operadores con 40% de fugas, infraestructura vieja, tarifas mal calculadas y una ciudadanía que no exige cuentas porque nunca ha visto números completos.
Díaz remató con una reflexión filosófica:
La tecnificación no es un pivote ni un tubo; es una decisión.
Una decisión basada en datos. Y ahí, justo ahí, se abrió la puerta hacia la ponencia más dolorosa del día.
Cristina Ibarra: Cuando un País Decide sin Datos, Decide Mal
La Dra. Ibarra no presentó una ponencia.
Presentó una autopsia.
Y el cuerpo sobre la mesa tenía un nombre claro: la política hídrica mexicana.
Su frase más citada cayó como veredicto:
“La última vez que México midió su huella hídrica fue en 2006.”
Era una afirmación contundente. Dolía porque sonaba cierta. Y, en parte, lo es: el Estado mexicano opera sin un sistema nacional actualizado, sin una medición oficial que sirva de guía para diseñar políticas públicas a la altura del reto.
Pero ahí mismo surgió el matiz que cambió la lectura de la sala.
La Dra. Ibarra tenía razón en el fondo —la huella hídrica es una herramienta indispensable para entender cómo gastamos el agua y qué sectores deben cambiar primero—, pero trastabilló en la forma.
Porque sí hay estudios posteriores a 2006.
Entre 2012 y 2019, AgroDer, WWF, IMTA y diversos centros de investigación generaron análisis robustos por cuenca, cultivo e industria que actualizan esta información. No sustituyen una política nacional, pero tampoco permiten afirmar que el país opera “en blanco”.
Y aquí considero que no se tomó en cuenta que AgroDer y WWF están por publicar nuevas estimaciones actualizadas a 2025, un avance que pondrá sobre la mesa información moderna y esencial para la próxima década.
La ausencia, entonces, no es de ciencia, sino de Estado.
Los datos existen; lo que falta es voluntad para que se conviertan en política pública.
La Dra. Ibarra regresó a terreno firme y mostró que el problema del agua en México no es de escasez natural, sino de desgobierno estructural.
La inversión que se evapora
Entre 2013 y 2021, la inversión pública en los distritos de riego cayó a una tercera parte.
Y cualquier infraestructura —desde un puente hasta un sistema de riego— funciona igual: sin mantenimiento, se deteriora primero en silencio y luego de manera irreversible.
La Dra. Ibarra lo dijo sin dramatismo:
una infraestructura abandonada solo tiene dos rutas posibles, dinero o desastre.
El país lleva demasiado tiempo apostando por la segunda.
Las presas que ya no responden
Aunque los promedios de lluvia no han cambiado tanto, las presas de Sinaloa llegan cada septiembre con niveles más bajos que hace veinte años.
La conclusión es tan incómoda como inevitable:
El problema no está en la nube. Está en la cuenca alta.
Alguna pieza dejó de funcionar como debería. Y nadie la revisó a tiempo.

El caso Otameto: cuando la operación desborda a la ley
Los números parecían imposibles, pero estaban ahí:
- Usuarios concesionados: 11,000
- Usuarios atendidos: 26,000
- Usuarios “fantasma”: 15,000
Es el tipo de falla que muestra sin rodeos que la ley y la operación ya no comparten el mismo idioma.
El mensaje que cerró la autopsia
Ibarra concluyó con una frase que no buscaba alarmar, sino explicar lo que ya se ve venir:
“Subir cuotas del agua en este contexto sacaría a los productores del mercado.”
Fue una ecuación, no un grito.
La lectura de alguien que entiende que el agua no solo es un recurso: es el margen de competitividad del campo mexicano.
Tocar ese margen sin arreglar lo demás es condenar a miles de familias a perderlo todo.
Y en ese tono seco, casi clínico, la autopsia no solo mostró las causas del deterioro.
Mostró qué ocurrirá si seguimos sin intervenir el cuerpo.
Fernando García Páez: El Agua que se Pierde Antes de Ser Agua
Si la intervención de la Dra. Ibarra fue una autopsia al sistema administrativo del agua, la del Dr. Fernando García Páez fue una radiografía del sistema urbano. Y la imagen no dejó espacio para interpretaciones optimistas: la ciudad pierde agua a un ritmo que ningún campo podría compensar.
García Páez inició con una observación que debería avergonzar a cualquier institución pública: en Sinaloa, solo siete organismos operadores cuentan con información completa y pública.
El resto navega sin brújula, sin inventario y sin memoria.
Esto significa que se toman decisiones sobre tarifas, inversiones y mantenimiento con la misma precisión con la que se lanza una moneda al aire.
Pero la verdadera historia comenzó cuando proyectó el caso de Culiacán.
JAPAC: cuando el agua tratada desaparece sin dejar rastro
Los números se veían fríos en la pantalla, pero la sala los sintió como un golpe:
- Volumen producido: 98 millones de m³
- Volumen facturado: 67 millones de m³
- Diferencial perdido: más de 30 millones de m³ al año
Treinta millones de metros cúbicos que no llegan a ningún hogar ni a ningún cultivo.
Treinta millones que se fugan, se evaporan o simplemente nunca se registran.
Es suficiente agua para abastecer a una ciudad del tamaño de Mazatlán durante meses.
García Páez no necesitó elevar la voz para que se entendiera el absurdo:
mientras se discuten nuevas obras millonarias, la ciudad pierde casi el 40% del agua que ya tiene tratada.
La pérdida económica es igual de obscena:
más de 385 millones de pesos que la JAPAC deja de cobrar cada año por agua que produce, distribuye… y que se esfuma antes de llegar al medidor.
La lógica torcida de invertir sin reparar
En uno de los momentos más incisivos de la jornada, García Páez lanzó una pregunta que incomodó incluso a quienes no administran agua:
¿Para qué construir una nueva planta potabilizadora si seguimos perdiendo casi la mitad del agua que ya producimos?
Era un cuestionamiento técnico, pero también moral.
No se puede modernizar un sistema que no se ha reparado. Es como añadir pisos nuevos a un edificio con grietas en los cimientos.
El potencial oculto del reúso: agua constante en un sistema irregular
Luego vino la parte luminosa de su intervención: el potencial de una infraestructura que México subutiliza casi por deporte.
Culiacán genera 2.5 m³/s de agua residual tratada.
Bien gestionada, esta cantidad podría regar 2,500 hectáreas de manera estable, sin depender de lluvias ni de presas al borde de la incertidumbre.
El agua residual tratada tiene una virtud que ningún otro recurso hídrico ofrece:
es constante.
Ni el clima, ni el mercado, ni la política la afectan. Es, literalmente, el único flujo de agua que crece con la ciudad. Y sin embargo, el país sigue tratándola como un subproducto sin destino.
Cuando la ciudad refleja al campo
La presentación de García Páez cerró un círculo que pocos quieren reconocer: el problema del agua en México no es “el campo” ni “la ciudad”.
Es un sistema completo que gotea por donde cada quien lo mira. El campo pierde eficiencia en canales viejos. La ciudad pierde agua potable por infraestructura colapsada.
Y ambos pierden dinero, competitividad y margen de maniobra.
El doctor García Paez no necesitó decirlo explícito: no hay modelo de gestión posible si la mitad del recurso se escapa antes de entrar en la ecuación.
Su intervención dejó claro que la crisis hídrica no se explica solo por falta de agua, sino por la forma en que administramos la que sí tenemos.
Y en ese espejo —urbano, frío, matemático— Sinaloa se vio como lo que es: un sistema brillante en capacidad productiva, pero frágil en gobernanza.
Mario Martínez Montiel: La Ley que Casi Rompe al Campo
Después de las autopsias técnicas al sistema rural y urbano, llegó la ponencia que reveló otra capa del problema: el agua también se disputa en el terreno político. Y en ese campo de batalla, explicó Mario Martínez Montiel, los productores de Sinaloa estuvieron a punto de perder mucho más que una concesión.
No habló como académico ni como técnico.
Habló como alguien que ya estuvo en la línea de fuego.
Lo primero que dejó claro fue el tamaño del riesgo.
En el proyecto original de la nueva Ley General de Aguas, el artículo 49 proponía separar el derecho de uso del agua de la propiedad de la tierra. En la práctica, significaba algo simple pero brutal: cada vez que se heredara o vendiera un rancho, el agua regresaría al Estado.
La tierra sin agua pierde valor. La familia sin concesión pierde historia.
Y el campo, sin seguridad jurídica, pierde rumbo.
Cómo se ganó una batalla que no debió pelearse
Martínez Montiel describió con precisión quirúrgica lo que siguió:
dos meses de negociaciones, presión técnica, argumentos jurídicos y movilización organizada.
El resultado: 53 modificaciones al proyecto original.
El logro central fue mantener intacto el binomio tierra-agua, garantizando que la concesión se transfiera junto con la propiedad.
En un estado que vive del riego, eso no es un detalle legal: es la columna vertebral de su economía.
Pero hubo más victorias.
Todas esenciales, aunque poco visibles para el ciudadano promedio:
1. Fin de la “Negativa Ficta”
La CONAGUA ya no puede ignorar trámites. La ley obliga a responder, no a guardar silencio administrativo.
2. Penalización del desvío ilegal de agua agrícola
Quien robe agua para venderla en pipas no enfrenta un regaño administrativo: enfrenta cárcel.
3. Blindaje a la agroindustria y al sector pecuario
Ambos quedaron clasificados como uso agrícola, evitando que se les impongan tarifas industriales que los volverían inviables.
4. Una aclaración decisiva: quién se queda con el agua ahorrada
- Si la tecnificación la paga el Estado, el ahorro se asigna a consumo humano.
- Si la paga el productor, el ahorro es del productor.
Es una regla básica de justicia: quien invierte, conserva derechos.
El giro irónico: ganar en el Congreso no arregla la realidad
La intervención de Martínez Montiel fue impecable en forma y fondo, pero dejó abierta una paradoja: mientras los legisladores ajustan artículos y salvan concesiones, la operación real sigue funcionando con lógicas que ninguna ley alcanza.
El caso Otameto, presentado minutos antes, lo demostró:
15 mil usuarios sin reconocimiento legal no se resuelven con un párrafo bien escrito.
Y la brecha entre norma y territorio solo crece si los sistemas administrativos no se modernizan al mismo ritmo que las leyes.
Aun así, el mensaje de Martínez Montiel no fue pesimista.
Fue práctico.
Ganaron la batalla legislativa. Pero la guerra —la de modernizar un sistema hídrico que ya no cabe en el marco que lo regula— recién empieza.
El mérito del sector no estuvo solo en lo que logró en el Congreso, sino en lo que dejó claro sobre sí mismo: cuando se organiza, puede influir, corregir y defender su futuro.
En esta etapa se acordaron algunos cambios, pero no terminaron de resolver los problemas de fondo: ¿Por qué la prisa de aprobar esta ley con todo el aparato legislativo alineado? Es un costo político de algo que de repente tiene todos los reflectores, y no son tan evidentes las razones de acelerar de uno de los temas complicados del agro: la legislación hídrica en México.
Guillermo Gastélum: La Cuenca que Ya No Produce Agua
Después de horas diseccionando leyes, tuberías, presas y balances contables, la voz de Guillermo Gastélum abrió una ventana distinta: la del territorio vivo.
Recordó algo que el sistema hídrico mexicano suele olvidar: el agua no nace en las presas; nace en la cuenca.
Mientras los demás hablaban de administrar el agua existente, él habló de algo más profundo: cómo producir más agua antes de que llegue a la presa.
Y para demostrarlo, eligió un caso que debería preocupar a cualquier habitante de Culiacán: la presa Sanalona.
Sanalona: la presa que ya solo es sombra de sí misma
Gastélum proyectó un dato que cayó como una sacudida silenciosa:
Sanalona tiene un azolvamiento superior al 50–60%.
En términos simples, eso significa que más de la mitad de su capacidad ya no existe.
No se perdió por evaporarse, ni por abrir compuertas.
Se perdió porque la montaña se vino abajo, lentamente, durante décadas, sin que nadie interviniera.
Si la presa fuera un ser humano, este sería el momento en que el médico dice:
“Su capacidad pulmonar está reducida a la mitad.”
Y aun así, el sistema le exige seguir abasteciendo igual.
FASES IAP: restaurar la cuenca como si importara (porque importa)
Gastélum presentó el trabajo de FASES IAP como un modelo que debería replicarse en todo el país.
No habló de proyectos piloto ni de buenas intenciones: habló de resultados medibles.
Su metodología combina dos ejes: biológico y físico.
Eje biológico: reforestación inteligente
- 1,650,000 árboles nativos plantados
- 13,750 hectáreas restauradas
No se trata de sembrar árboles por sembrarlos.
Se trata de reconstruir la piel de la cuenca para que vuelva a infiltrar agua en lugar de dejarla correr sin control.
Eje físico: obras de retención
- 750 presas filtrantes entre gaviones y piedra acomodada
- Un sistema que suma 22.5 km de barreras hidráulicas
Cada una es un freno a la erosión.
Cada una retiene sedimento.
Cada una fabrica, literalmente, agua subterránea.
El mensaje fue claro: la infraestructura verde no es un accesorio ecológico, es infraestructura hídrica de primer nivel.
La gobernanza del territorio: cuando el productor financia lo que el Estado no ve
Gastélum explicó que FASES funciona porque tiene algo que pocas organizaciones logran: un modelo de financiamiento estable y ciudadano.
Cada productor aporta 20 pesos por hectárea al tramitar su permiso de siembra. Es un sistema muy poco eficiente, y que no hace cambios en la administración de los recursos… No es un impuesto.
Es una inversión colectiva para garantizar que la presa que los alimenta no colapse.
La transparencia de la institución ha sido tal que incluso el PNUD validó el proyecto y otorgó recursos adicionales.
En un país donde la confianza no abunda, esto es un logro político tanto como técnico.
El giro inesperado: convertir el azolve en fertilizante
El Ing. Armando Vicente Ramos cerró la sección con una idea que sorprendió por su elegancia técnica:
el azolve que está matando la presa no es basura… es mineral.
Extraído, procesado y aplicado correctamente, puede remineralizar suelos agrícolas, mejorar la fertilidad y cerrar un ciclo que hoy opera como pérdida pura.
No solo es factible. Es lógico. Convertir pasivos ambientales en activos productivos debería ser la norma, no la excepción.
La intervención de Gastélum aportó una pieza clave al rompecabezas del conversatorio:
no basta con administrar el agua existente —hay que regenerar la fábrica que la produce.
Porque si la cuenca se rompe, todo lo demás es administración de ruinas.
Mario Montiel y el Golpe Final: Todo el Discurso de la Tecnificación Está Mal Enfocado
La ponencia de Mario Montiel, investigador del IMTA, fue quizá la más quirúrgica del conversatorio. Mientras otros revelaban fallas del sistema, él puso sobre la mesa algo más valioso: una hoja de ruta para arreglarlo.
No habló de sueños, ni de grandes obras, ni de soluciones heroicas.
Habló de números.
Y, peor para quienes aman el cemento: los números no están del lado de las grandes infraestructuras.
Montiel comenzó desmontando un mito que todos repiten y pocos revisan: que la solución al problema del agua está en revestir canales, entubar sistemas y cambiar a riego presurizado.
La realidad, dijo, es mucho más incómoda.
Antes de mover tuberías hay que tomar decisiones.
La gran fuga invisible: el agua que la planta nunca pidió
Montiel puso el ejemplo del maíz para ilustrar una verdad contraintuitiva:
el problema no es cuánto agua se aplica… sino cuánto se desperdicia antes de llegar al cultivo.
Los números fueron claros:
- Consumo fisiológico real: ~400 litros por kilo
- Extracción desde la presa: ~1,072 litros por kilo
- Diferencia perdida: ~672 litros (alrededor del 65%)
Lo explicó con una frase que quedó resonando:
“No estamos sobreirrigando las plantas. Estamos sobreextrayendo el sistema.”
Y para corregir esa distorsión, Montiel presentó un análisis que debería ser lectura obligatoria para cualquier funcionario de infraestructura:
Cada peso cuenta: la tabla que desarma décadas de política pública
Montiel clasificó distintas tecnologías según su costo por metro cúbico de agua recuperada.
La jerarquía fue un golpe de realidad.
Tecnología / Acción Costo por m³ recuperado
Agricultura digital (sensores, telemetría) $1 peso
Automatización y medición $12–15 pesos
Riego presurizado $35–40 pesos
Revestimiento de canales $50–55 pesos
Entubamiento $55 pesos
La conclusión era obvia y, a la vez, revolucionaria: la inteligencia es 50 veces más rentable que el cemento.
Durante décadas, México ha invertido miles de millones en obras pesadas —caras, lentas, difíciles de mantener— cuando la mayor eficiencia estaba en instalar sensores, medir consumos y corregir pérdidas antes de que la infraestructura física siquiera entre en juego.
Montiel no lo dijo con sarcasmo, pero la ironía estaba ahí: hemos sofisticado las presas y olvidado sofisticar las decisiones.
La nueva realidad climática: ya no alcanzan las reglas viejas
Otro momento clave llegó cuando explicó que los escurrimientos hacia las presas han caído 20% en los últimos 30 años.
No por mala operación. No por mala suerte.
Por clima.
Ante esa tendencia, seguir vaciando las presas cada ciclo —como dicta la tradición hidráulica mexicana— es apostar a que el futuro será igual al pasado.
Montiel propuso una nueva filosofía operativa: el modelo del “tercio medio”.
Mantener de forma permanente una reserva estratégica de 3,500 a 4,000 millones de m³.
Una especie de seguro hídrico regional para amortiguar sequías, anticipar variaciones climáticas y evitar decisiones desesperadas al final del ciclo.
Sonora ya opera así.
Sinaloa podría hacerlo mañana. Sólo hace falta cambiar la regla, no la presa.
La frase que lo resume todo
Montiel cerró con una sentencia simple, casi obvia, pero devastadora por lo que implica:
“La eficiencia más barata es la que se mide.”
Y ahí quedó claro el mensaje de fondo:
no se trata de gastar más, sino de gastar mejor.
El futuro del agua en Sinaloa no depende de nuevas presas ni de nuevas tuberías, sino de un cambio de lógica: de administrar incertidumbre a administrar información.
Montiel no agitó emociones.
Agitó números.
Y, en ese lenguaje frío, dejó al auditorio sin pretextos.
Ezequiel Hernández: La Lluvia No es el Problema, la Estrategia Sí
Cuando Ezequiel Hernández tomó el micrófono, el tono del conversatorio cambió. Veníamos hablando de leyes, presas, cuencas y sensores. Él, en cambio, habló de nubes.
Pero no desde la mística ni desde el optimismo fácil: desde la ingeniería atmosférica.
Su primera aclaración fue necesaria:
la estimulación de lluvias no fabrica agua. La optimiza.
No crea tormentas, no invoca ciclones, no manipula el clima.
Lo que hace —y lo explicó con paciencia quirúrgica— es aumentar entre 20% y 30% la precipitación de nubes que ya tienen potencial para llover.
Es una tecnología incómoda para quienes buscan milagros y una oportunidad para quienes buscan certezas.
La economía de una nube: cuando el cielo es más barato que el mar
Hernández presentó uno de los argumentos más contundentes de todo el evento:
El costo del agua obtenida a través de estimulación de lluvias representa apenas entre el 4% y el 10% del costo de producir agua por desalinización.
No había necesidad de adornarlo.
Era simplemente un dato que cambiaba la conversación.
Para un país como México, donde las soluciones más mencionadas suelen ser las más caras, el mensaje era evidente:
no todas las respuestas están bajo tierra o en las presas; algunas están en la atmósfera, esperando una intervención inteligente.
La pregunta inevitable: ¿y no contamina?
Antes de que el auditorio pudiera formular la duda, él la resolvió.
Habló del yoduro de plata y del cloruro de calcio, los agentes más usados en el proceso.
Explicó que la dosis operativa es de apenas 0.00125 gramos por metro cúbico de nube.
Es una cantidad tan baja que los análisis posteriores no encontraron trazas detectables en el agua de lluvia.
Y no lo dijo en tono defensivo; lo dijo como quien está acostumbrado a desactivar mitos con evidencias.
El verdadero mensaje: la estimulación no es un parche, es una estrategia
Hernández insistió en un punto clave:
La estimulación de lluvias no sirve como reacción tardía cuando la desesperación aparece.
Funciona cuando se aplica de forma preventiva, sostenida y coordinada.
En otras palabras:
no es una solución de emergencia, es una herramienta de gestión.
Un componente más —ni milagroso ni marginal— en el portafolio hídrico de un estado que vive al borde del volado cada año.
La ventana que abrió, sin exagerar
Lo más valioso de su intervención no fue la promesa de más lluvia, sino la invitación a mirar hacia arriba con menos fatalismo y más disciplina técnica.
El cielo no resolverá la ineficiencia del campo ni las fugas de la ciudad.
Pero puede —si se usa bien— reducir la incertidumbre.
Y en un estado donde cada ciclo agrícola arranca como apuesta, eso ya es ganancia.
Hernández no vendió esperanza.
Vendió probabilidad.
Y, en una crisis hídrica, eso vale mucho más de lo que parece.
Ricardo Morales: La Tesis del Día — Sinaloa No Tiene un Problema de Agua, Sino de Gobernanza
Cuando todas las ponencias ya habían pasado —las presas azolvadas, los módulos rebasados, las ciudades que pierden agua antes de cobrarla, las leyes que se defienden a mordidas, las cuencas que se desmoronan, los sensores que ahorran más que el cemento— quedó flotando en la sala una conclusión que nadie dijo en voz alta:
el problema del agua en Sinaloa no es de escasez, sino de coherencia.
El conversatorio mostró algo que rara vez se ve completo:
un sistema hídrico que funciona como rompecabezas armado a la fuerza.
Todas las piezas existen, pero ninguna encaja.
Las contradicciones eran evidentes:
- Se celebra una inversión de 6,000 millones para tecnificación, pero los números de Montiel muestran que ese dinero podría rendir cincuenta veces más si se invirtiera en inteligencia, no en infraestructura pesada.
- Se acusa al campo de consumir el 90% del agua, pero García Páez demostró que la ciudad pierde casi la mitad del agua que produce antes de que llegue al usuario.
- Se aclara en la nueva ley que quien invierte en eficiencia conserva su agua, pero Ibarra mostró que hay módulos con 15,000 usuarios invisibles operando al margen del marco legal.
- Se enfatiza la importancia de la cuenca, pero solo una organización ciudadana —FASES— la atiende con continuidad.
La sensación final no era de pesimismo.
Era de responsabilidad.
Porque después de ver todas las piezas, nadie podía seguir fingiendo que el problema se resuelve desde un solo sector o con una sola obra.
El Cierre: De Administrar el Agua a Gobernar el Futuro
Cuando Ricardo Morales tomó la palabra para cerrar el evento, no hizo un resumen.
Hizo un diagnóstico social.
Proyectó en la pantalla los mapas de estrés hídrico del World Resources Institute.
No habló de 2025 ni de 2030.
Habló de 25 años adelante, cuando Sinaloa enfrentará una presión hídrica todavía mayor si no cambia la lógica de su gestión.
Lo que planteó no fue un plan hidráulico, sino un cambio de mentalidad.
El modelo de las 5 P’s: la trampa que ha inmovilizado a México
Ricardo Morales describió el ciclo burocrático que define la gestión del agua en el país:
Plan → Políticas → Programas → Proyectos → Presupuesto
Es un ciclo que suena lógico pero que, en la práctica, genera inmovilidad.
Todo depende de lo anterior; nada avanza si falta un paso.
Y cuando finalmente llega el presupuesto, llega tarde o llega distinto.
Ese modelo, dijo, es el que ha mantenido al país administrando la crisis en lugar de anticiparla.
La propuesta: un sistema que decida antes de que el agua falte
Ricardo Morales planteó una arquitectura nueva, simple de explicar y compleja de ignorar:
1. Crear un Consejo Local de Gestión Hídrica
No un comité simbólico.
Un organismo autónomo, con representación proporcional al uso real del agua:
quien más usa, más responsabilidad tiene.
2. Regirse por tres principios internacionales (OCDE):
- Efectividad
- Eficiencia
- Confianza
No son palabras bonitas.
Son criterios de evaluación que obligan a transparentar decisiones, medir impactos y justificar inversiones.
3. Vincular el agua al desarrollo económico

El punto más importante.
Ricardo Morales insistió en que el agua no debe gestionarse como un fin, sino como un medio:
sin agua no hay inversión, sin inversión no hay empleo, sin empleo no hay estabilidad.
Gestionar agua sin pensar en economía es como administrar un hospital sin pensar en los pacientes.
Si dejamos al campo con sed, estamos condenando al pueblo a tener hambre.
El mensaje final: Sinaloa ya no tiene margen para improvisar
Ricardo Morales cerró con una reflexión que, sin dramatizar, dejó al auditorio en silencio:
El futuro no se construye con urgencias; se construye con instituciones.
Fue una invitación.
Una forma de decir que el volado anual puede terminar… si el estado decide, por primera vez en décadas, dejar de apostar y empezar a gobernar el agua como el bien estratégico que es.
El conversatorio no ofreció soluciones mágicas.
Ofreció algo más valioso:
la primera imagen completa de un sistema que puede salvarse si todas sus piezas empiezan a hablar el mismo idioma.
Ahora la pregunta es simple y difícil a la vez: ¿será capaz Sinaloa de armar el rompecabezas antes de que el agua imponga sus propias reglas?
Ricardo cerró la sesión recordando lo que muchos evitan decir en voz alta: Sinaloa no sufre un colapso hídrico, sino un colapso de gobernanza. No existen —al menos no operando plenamente— las instituciones capaces de coordinar intereses, regular usos, anticipar crisis y distribuir responsabilidades. Y si existieran, su implementación sería un reto monumental tanto para el gobierno como para la iniciativa privada. Pero antes de caer en señalamientos fáciles, lanzó una advertencia que puso todo en contexto: la agricultura es el principal usuario de agua, sí, pero el agua asignada al agro no la usan los agricultores; la usamos todos los que comemos. Olvidar eso es perder el sentido completo del debate. Porque si dejamos al campo con sed, condenamos al pueblo a tener hambre. Las soluciones que mejoren la disponibilidad de agua no favorecen a un sector: nos sostienen a todos. Lo que quedó claro al final no fue desesperanza, sino posibilidad: existe voluntad, existe talento, y existe un cúmulo de ideas que —si se articulan con seriedad— pueden convertirse en una ruta común
“No hay agua para la ciudad si no hay cuenca.
No hay agua para el campo si no hay ciudad.
No hay ninguna si no hay gobernanza.”

Epílogo: El Agua No es el Problema. El Volado Sí.
Después de cuatro horas de datos, diagnósticos, propuestas y verdades incómodas, queda una sensación amarga y lúcida:
Sinaloa no está en crisis porque le falta agua.
Está en crisis porque le sobra azar.
Porque administra un recurso vital como si fuera un juego de probabilidades.
Porque confunde infraestructura con inteligencia.
Porque defiende derechos sobre un líquido que se pierde en fugas invisibles.
Porque deja la cuenca en manos del destino y no de la restauración.
Porque exige eficiencia sin medir, sin datos, sin estrategia.
El conversatorio sí dejó claro algo:
El futuro hídrico de Sinaloa depende del día en que decida dejar de jugar al volado.
Del día en que el estado entienda que el agua no se gestiona con fe, sino con ciencia.
Y del día en que la sociedad deje de llegar tarde a los auditorios donde se está discutiendo su destino
